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Hermosa

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Detective secreto

—¿Quiere dejar usted se seguirme? —le gritó la mujer enfadada. El resto de los clientes de la cafetería levantaron la vista para contemplar la escena. Fermín bajó el periódico que fingía leer y se hizo el sorprendido. —No sé de qué me habla señora. La mujer le arrebató el periódico de las manos y lo enrollo para golpearle en la cabeza. —¿Qué no sabe de que le hablo? —Miró a su alrededor y se dirigió al resto de personas— ¡Pero qué cara más dura! ¡Sí lleva detrás de mí desde que he salido de casa! —Volvió a centrar toda su atención en él—. Pero si es imposible no fijarse en usted, con ese estúpido sombrerito ¡Y seguro que debajo de esa gabardina no lleva nada de ropa! ¿Qué es usted? ¡Un pervertido! El encargado se acercó. —¿Está bien, señora? ¿Quiere que llamemos a la policía? La mujer asintió satisfecha y Fermín se empezó a poner nervioso. «No, otra vez no». Perdería a su cliente, pero no estaba dispuesto a pasar otra noche en el calabozo. Se levantó, y salió del local

La última viñeta

Todo lo que dibujaba se hacía realidad, y lo que en principio le había parecido un don maravilloso, ahora era una auténtica pesadilla. Sobre todo por que ya no podía hacer lo que más le gustaba sin que hubiera consecuencias. Apoyó el lápiz en la lámina y empezó a trazar líneas con convicción. Sería su último trabajo, su última viñeta. Al acabarlo lo contempló: era el dibujo de un hombre que se parecía a él mismo. Pero le faltaba algo… ese brillo en los ojos, ese color rosado en sus mejillas. No daba la sensación de que estuviera vivo. Sonrió satisfecho y se sentó a esperar.

Vlad

Vladimir era un tío pálido, de aspecto enfermizo y muy siniestro. Decían que nunca salía a la calle de día, pero que cuando no tenía más remedio, siempre llevaba un gran paraguas para protegerse del sol que le provocaba graves quemaduras. Hablaban de que era un criminal, de que conseguía bolsas de sangre en el mercado negro. Que con ellas se mantenía vivo, que le hacían más joven. El día que la pequeña Ruxandra desapareció, pensaron en él, y dijeron en voz alta lo que todo el mundo pensaba: Vlad era un vampiro y seguramente la niña era una de sus numerosas víctimas. Nadie dudó de su culpabilidad y sin pensarlo dos veces irrumpieron en su casa para lincharlo. El pobre no aguantó demasiado. La niña apareció al día siguiente, se había escondido para llamar la atención. En la autopsia se confirmó que Vladimir tenía porfiria.

De la huerta

—¡Compre productos de la huerta! —Eduardo se desgañitaba desde su puesto del mercadillo para atraer clientes— ¡Cultivados de forma natural y orgánica! ¡Sin pesticidas! —¿A cuanto tiene los tomates? —preguntó una señora agarrando un enorme y rojo ejemplar. —A 5€ el kilo. —La señora lo miró incrédula—. Mire, este primero se lo regalo para que pruebe lo bueno que es —le contestó a la par que le guiñaba un ojo. La señora se fue muy contenta pensando en la ensalada que le iba a preparar a su marido. Eduardo sonrió. Una vez que lo probaran, estarían enganchados.

Noticias

Después de años de duro trabajo, todo ese esfuerzo había dado sus frutos. Jareth era famoso en el mundo entero. No había ni una persona que no lo conociera, o que al menos no hubiera oído hablar de él. Ahora sí que lo tenía todo: dinero, fama, poder… ¡Oh si! Un poder inmenso que tenía al mundo en vilo. Acarició el detonador con el dedo, y echó un último vistazo a las aterrorizadas personas que tenía secuestradas en ese edificio. Cerró los ojos y pulsó el botón con decisión. Pero su chaleco no explotó.

Vejez

Habían pasado muchos años. Demasiados. Las arrugas en su piel lo demostraban. Apenas podía caminar erguido y los dolores le martirizaban cada vez más. Sin embargo ella seguía igual que el primer día. Joven, guapa, radiante. Y, como siempre, le miraba con una preciosa sonrisa. Casi no parecía ni que estuviera muerta.